En una caja de cartón viajaban seis botellas de vidrio reciclado que guardaban con sumo cuidado medio litro de un delicioso refresco de naranja. Todas estaban bastante nerviosas y no sólo por las burbujas que se agolpaban contra sus respectivos tapones, sino porque acababan de subirlas a un camión, junto a otros cientos de botellas que también viajaban en cajas.
–¿Qué hacemos aquí? –preguntó la Botella1, con más curiosidad que miedo.
–No sé si te acordarás, pero tras ser vaciadas (yo antes contenía leche), fuimos depositadas en un contenedor donde nos reunimos con más compañeras –dijo la Botella2.
–¡Ah! ¡Ya me acuerdo! Luego nos trasladaron a una planta de tratamiento donde nos limpiaron y trituraron, con lo que nos convirtieron en una especie de polvo al que llaman casco de vidrio –replicó aliviada la Botella1.
–Eso es. También lo llaman calcín –intervino la Botella3.
–Ya, ya. El caso es que convertidas en calcín, fuimos transportadas a una fábrica de envases, donde fuimos mezcladas con arena, sosa y caliza y, todas juntas, fuimos fundidas en hornos, para luego convertirnos en las botellas que somos ahora –terció la Botella2.
–Muy bien –apuntó la Botella4–. Te diré que se supone que si las personas hacen un uso sensato de nosotras, cuando nos hayan vaciado el refresco que ahora llevamos, nos llevarán de nuevo a un “iglú” desde donde...
–¡Seremos trasladadas de nuevo a la planta de tratamiento, y luego a la fábrica de envases! –recordó la Botella1. –Y más tarde al supermercado, que es donde me temo que vamos ahora. Esa es nuestra vida, volver a ser envases de vidrio una y otra vez –dijo la Botella5 con gran entusiasmo.
–Claro, siempre que las personas nos depositen en los “iglúes”, porque yo he oído que todavía hay quien nos tira junto al resto de basuras que se producen en sus casas –explicó pesimista la Botella4.
–¡Qué horror! –dijo la Botella6 haciendo un gran aspaviento–. Así iremos a parar al vertedero.
–Ya, y como no somos biodegradables, permaneceremos tiradas para siempre junto al resto de basura que sí se descompone, ¡qué asco! –se quejó la Botella2.
–Lo peor no es eso, el que nos amontonemos cada vez más botellas de vidrio sin una función posible, sino que la fabricación de botellas que no procedan del reciclaje hace que las industrias contaminen más –explicó circunspecta la Botella4.
Una potente luz interrumpió la tertulia de las botellas. Reconocieron la intensidad brillante del flexo de un supermercado y unas manos fuertes que las colocaban alineadas, junto a otras botellas de burbujeante refresco, en unas estanterías muy altas. No dijeron nada, pero todas soñaron con ser compradas por familias que, tras vaciarlas, las depositaran en iglúes que les permitieran volver a encontrarse y ser utilizadas de nuevo.
FIN